Pahuatlán es un pueblito diminuto que puede hacerte sentir como si hubieras llegado a mil kilómetros y mil años de distancia de todo lo que creías conocer de Puebla -o incluso de México-. El pueblo se dedica, además del cultivo del café, a la producción del antiguo y sagrado papel amate. Elaborado con la corteza de los numerosos árboles de la región, algunos aspectos de su producción siguen siendo secretos celosamente guardados.
Los maestros otomíes de la producción de papel se concentran en la vecina San Pablito. Este es el hogar ancestral del pueblo otomí hñahñu, que monopoliza la producción de papel, y por todas partes se ven ejemplos de obras de arte hechas en y con el papel. Los marchantes le llevarán encantados al interior para que hojee pilas de obras, algunas simplemente encantadoras, otras casi de valor incalculable. La mayoría son discretas y sofisticadas, y todas son obras legítimas y auténticas de arte sincero.
El pequeño pueblo fue reconocido como aPuebloMágico en 2012. Es un pueblo muy de bosque nuboso, con unas vistas que cambian incluso minuto a minuto. Casi siempre está envuelta en un halo de misterio e intriga.
La ciudad fue tradicionalmente poblada tanto por nahuas como por otomíes. Ambos le darán la bienvenida incluso hoy en día. Algunos visitantes querrán partir hacia el Cerro del Cirio, el más bien rústico Puente Colgante Miguel Hidalgo, el Coatl Gran Tirolesa y el mirador Ahila. A éstos se puede acceder por diversos medios a través de senderos que atraviesan el bosque circundante.
El pueblo se distribuye vagamente en torno a la Parroquia de Santiago Apóstol y el Kiosco Zaragoza. Pero los cocineros locales ofrecerán tamales de hollejo, molotes en salsa verde, atoles de cacahuate, zarzamora y piña, y licores de fabricación local.
A Pahuatlán se llega por Tulancingo, en Hidalgo. Hay un servicio limitado de combi que recorre las colinas circundantes, incluso desde Huauchinango, pero es necesario preguntar en la localidad cuál es la mejor ruta.